La LOMLOE: Una llamada a lo Sensible, lo Bello y lo Humano

La LOMLOE, la ley educativa vigente, no debe considerarse únicamente como un conjunto de normas que indican qué se debe enseñar y aprender, o no, en las escuelas. Es, en realidad, una invitación a repensar la educación desde sus cimientos, desde sus primeras raíces, volviendo a aquello que le da verdadero sentido: el desarrollo humano, el crecimiento personal y el vínculo con el conocimiento. Con el paso del tiempo, estas bases tan esenciales - que para mí constituyen los pilares principales de la mismísima educación - se han ido desdibujando entre cifras, exámenes y burocracia. Siento sonar pesimista pero lo que antes era un proceso humano y transformador ha pasado a ser, en muchos casos, algo mecánico y distante. Debido a la obsesión del sistema educativo por las calificaciones y los resultados, en algún momento nos hemos desorientado y perdido vista lo que es realmente relevante y deja huella; hemos olvidado al verdadero protagonista de la educación, la razón por la que merece la pena todo esto, aquello que le da un sentido a nuestra vocación; el alumno.

Precisamente por eso, y para volver a "enganchar" al alumno a la enseñanza y ser capaces de generarle ilusión y curiosidad por el aprendizaje, el cambio legislativo entró en vigor el 29 de diciembre de 2020. Esta modificación propuso que el aprendizaje deje de concebirse como un proceso repetitivo y monótono, para convertirse en una experiencia viva, significativa y, sobre todo, personal. Yo lo percibo como un intento - necesario y urgente - de devolverle a la educación su dimensión más humana, esa que siempre la ha caracterizado, pero que hemos ido dejando atrás poco a poco, casi sin darnos cuenta. Ahora parece que lo que importa es lo medible, lo fácil, lo inmediato...¿y qué ha pasado con el compromiso profundo del docente con las personas? ¿Con ese papel crucial de acompañar con paciencia, dedicación y mirada larga el desarrollo de nuestros niños, no solo como alumnos, sino como seres humanos en plena construcción? 

Por eso, ahora el objetivo principal ya no es acumular contenidos ni repetir información como robots para aprobar exámenes, sino construir competencias que permitan a cada estudiante enfrentarse a situaciones reales y contextualizadas, comprender el mundo que le rodea y actuar dentro de él con con sentido, con conciencia crítica y con sensibilidad. En este sentido, la ley propone un cambio de paradigma: de una enseñanza rígida centrada en el docente, a un aprendizaje flexible donde el alumno toma las riendas y es capaz de investigar, crear y colaborar, además de desarrollar su pensamiento y potencial todo lo posible. 

Una de las apuestas más significativas de la LOMLOE es la de ofrecer distintas formas de acceder al conocimiento y, sobre todo, de expresarlo. Por fin se reconoce que el aprendizaje nunca ha sido, ni será, una experiencia uniforme ni lineal: es decir, cada persona piensa, siente y se comunica de manera diferente, y por lo tanto, eso también debe reflejarse en la escuela. No todos aprendemos de la misma manera, ni nos emocionan las mismas cosas, ni nos expresamos con las mismas herramientas. Algunos encuentran su voz en la escritura, otros en la música, en la pintura, en el cuerpo en movimiento (danza), en una cámara o en una conversación. La LOMLOE considera que todas estas formas de expresión son válidas, valiosas y necesarias porque al fin y al cabo - por muy cursi que suene - todos somos únicos y completamente distintos a los demás; no existen dos personas en el mundo que sean idénticas en todo todito

En esa diversidad de caminos aparece, para mí, algo esencial: la posibilidad - y el derecho - de expresar lo que llevamos dentro, no solo de entender lo que nos viene de fuera. Aprender no implica únicamente absorber información como esponjas; también supone crear algo con ella, transformarla, hacerla propia. Es mirar hacia dentro y convertir en forma, en gesto o en palabra, aquello que sentimos, que pensamos, que imaginamos. Y cuando el aprendizaje no solo permite, sino que anima a esto, sin duda se vuelve más auténtico, más útil y más profundo porque conduce al descubrimiento de nuestra identidad más íntima

Aquí es donde entra en juego una de las competencias que más me ha llamado la atención: la conciencia y expresión culturales. Lejos de ser un añadido decorativo o un contenido de relleno, esta competencia toca algo central de nuestra condición humana: nuestra forma de mirar el mundo, de emocionarnos, de buscar la belleza en todo cuanto hacemos, de construir significados. Nos invita no solo a conocer distintas formas de arte o expresiones culturales, sino a desarrollar una sensibilidad, una mirada capaz de apreciar, interpretar y también crear. El arte nos ayuda a comunicarnos y a entender mejor a los demás, por lo que un alumno con esta competencia puede analizar el significado de una obra de arte, crear las suyas propias y valorar el patrimonio cultural desde una perspectiva reflexiva e incluso crítica.

Vivimos en una sociedad que con frecuencia corre demasiado deprisa, va acelerada, y donde se prima lo instantáneo, lo utilitario y lo superficial. En este contexto, la cultura y las formas artísticas a menudo quedan relegadas a un segundo plano, olvidando lo simbólico, lo bello y lo emocional. Sin embargo, creo firmemente que esta pérdida de sensibilidad es un riesgo enorme para nosotros como individuos y como sociedad. Por otra parte, la cultura no puede ser entendida como una serie de objetos o conocimientos, sino como el reflejo de nuestra historia, nuestras ideas, nuestras emociones y nuestra identidad. 

Taller de pintura en Londres, 2015
El arte es un lenguaje maravilloso que nos permite conectar con los rincones más profundos y escondidos de nuestra humanidad, y nos invita a sentir, a pensar, a cuestionar y a soñar. Me siento así de vinculada a esta competencia porque recuerda que la cultura y el arte no son un lujo, ni un capricho ni algo prescindible, sino una necesidad real y universal que debe tener peso en la educación.

Además, esta competencia no solo aporta riqueza a nivel personal, sino que impulsa valores imprescindibles como la empatía y el respeto hacia otras formas de vivir, sentir y expresarse. En un mundo tan interconectado como el actual - y, simultáneamente, tan desconectado en lo emocional y lo humano (¿qué ironía, no?) -, aprender a apreciar diferentes culturas se convierte en una herramienta vital para alcanzar una convivencia libre de prejuicios, fomentar el diálogo y conseguir una construcción de sociedades más conscientes, inclusivas y justas.

En mi caso, conectar con esto siempre me ha sido fácil porque soy PAS (Persona Altamente Sensible). Desde pequeña tengo aprendido y confirmado que el conocimiento, la cultura y el arte - cuando de verdad llegan - pueden tocarte y cambiarte por dentro. No digo que esto suceda de manera grandilocuente, sino en cosas pequeñitas y concretas: una lectura que te conmueve, una melodía que te acompaña durante años y siempre te atraviesa, una historia bien contada, una pintura que te obliga a detenerte, una película que te muestra algo que no sabías nombrar, una idea que te cambia la manera de mirar... las posibilidades son infinitas. Estas experiencias no se pueden medir fácilmente ni siquiera con los exámenes que tanto adora el sistema educativo, pero dejan huella y despiertan una forma distinta de comprensión que resulta más abierta y más intuitiva. Creo que cuando vives esto de primera mano, una parte de ti sabe que ya no volverás a fijarte igual en las cosas; y por eso me parece tan valioso que esta manera de experimentar el aprendizaje también tenga cabida en la escuela. Si se cultivara más esta sensibilidad, estaríamos contribuyendo a formar no solo a alumnos competentes, sino a individuos más creativos, despiertos y completos.

Imaginemos una educación en la que el arte no sea un añadido o un rincón olvidado del currículo, sino un eje que atraviese las distintas áreas y que sirva para expresar lo que no siempre puede decirse con palabras. Una educación que invite a los estudiantes a crear cultura y no solo a consumirla; a buscar su voz, a experimentar con ella, a comprenderse a través del proceso creativo. Una escuela donde la expresión no se limite a lo académico, sino que abarque también lo emocional, lo simbólico, lo imaginado.

Porque, en definitiva, la competencia de conciencia y expresión culturales no es un simple elemento curricular entre otros: es una llamada a recuperar aquello que da profundidad a la experiencia humana. Nos recuerda que la educación no puede conformarse con formar mentes funcionales, sino que ha de formar también espíritus sensibles, curiosos, capaces de reconocer y producir belleza, de pensar con matices, de emocionarse con una historia, una imagen, una idea. Me emociona que la LOMLOE haya sabido darle ese lugar a esta dimensión del saber porque quizá, si educamos desde ahí, logremos algo más que preparar a los jóvenes para el futuro: también reconectaremos con lo que somos y les ayudaremos a estar más presentes y más abiertos a valorar lo emocional; a sentirse más vivos.


Comentarios

Entradas populares