Liquidez y Cansancio

¡Hola a todos otra vez! Hoy me ha venido la inspiración y se me ha ocurrido el tema de esta entrada de forma imprevista y muy espontánea. Os hago un poco de storytime para poneros al día: después de clase, me animé a ir a la biblioteca a buscar algo interesante para leer porque desde hace tiempo he querido que la lectura se convierta en un hábito con el que me comprometa de forma rutinaria. Reconozco que no he tenido demasiado éxito cumpliendo esa promesa, pero lo que importa es el esfuerzo y la intención; o eso dicen. 

Mientras escaneaba los estantes, me llamó la atención el libro Ámbitos para el aprendizaje (Elizondo, 2021) porque en la contraportada mencionada la teoría de la modernidad líquida de Bauman. Cómo justo habíamos visto ese tema la semana pasada, me lo tomé como una señal del universo, y decidí escribir esta entrada; en ella quiero hablar tanto de Bauman como de Han, ya que estudiamos ambas teorías en clase y me parecen igual de interesantes. Así que no me extiendo más; aquí os dejo algunos pensamientos que me han surgido y espero que os gusten.


En clase hemos trabajado dos teorías que me han hecho reflexionar mucho, no solo sobre el sistema educativo en sí, sino sobre cómo lo vivimos desde dentro, como estudiantes. La primera, la teoría del cansancio de Byung-Chul Han, describe cómo vivimos en una sociedad sin figuras autoritarias externas que nos obliguen a trabajar o a rendir; pero en su lugar, nos hemos convertido en nuestros propios jefes y opresores. Han dice que ahora estamos viviendo en la sociedad del rendimiento, donde lo peor no es que nos exploten, sino que nos autoexplotamos. Nos sentimos libres, pero en realidad estamos atrapados en una necesidad constante de mejorar, de hacer más, de lograr más. Esta autoexigencia la interiorizamos tanto que descansar se vuelve un lujo culposo, y no rendir lo suficiente se experimenta casi como un fracaso moral. En el ámbito educativo, esto se traduce en estudiantes ansiosos, quemados y agotados; yo misma me he llegado a sentir así, con esa presión de tener que ser excelente, productiva, brillante… como si todo el tiempo tuviéramos que demostrar algo. 

Creo que el sistema educativo genera una presión constante en los alumnos, no solo por cumplir con las exigencias académicas, sino también por destacar en ciertas áreas para poder ser competitivos en un futuro. Esta es la herencia de esa sociedad del rendimiento que Han analiza. Sin embargo, esta autoexigencia que a menudo interiorizamos desde muy pequeños sin cuestionarla ni dos veces, puede conducir al agotamiento que a su vez provoca una falta de disfrute en el aprendizaje. Por eso, opino que los centros educativos deberían apostar más en el bienestar de sus alumnos, promoviendo un aprendizaje significativo y real, en lugar de fomentar una cultura basada en la ansiedad y el sobreesfuerzo.

Han observa que esta nueva configuración de la modernidad no se impone mediante prohibiciones o castigos, como ocurría en las sociedades disciplinarias descritas por Foucault, sino mediante la autoexigencia y la autoexplotación. Ya no somos sujetos sometidos al deber impuesto por otros, sino individuos que se agotan a sí mismos en nombre del rendimiento, la superación personal y la positividad. Lo que él llama la “sociedad del rendimiento” convierte al enemigo en interno: somos nosotros mismos.

Esta idea puede parecer abstracta, pero en realidad es muy tangible. ¿Cuántas veces hemos sentido que no hacemos suficiente? Que podríamos aprovechar mejor el tiempo, ser más productivos, mejorar alguna habilidad, cumplir más objetivos. ¿Y cuántas veces esa presión nos ha llevado al agotamiento? Vivimos en una sociedad que convierte el descanso en culpa, que transforma el ocio en una lista de tareas disfrazadas de pasatiempos. Incluso cuando descansamos, sentimos que deberíamos estar haciendo algo “provechoso”. Han describe este fenómeno como una violencia neuronal y a diferencia de la violencia tradicional, que es visible y externa, esta es silenciosa, interna y autoimpuesta. Se manifiesta en forma de ansiedad, fatiga, trastornos del sueño, apatía y pérdida de sentido, pero la gran paradoja es que lo hacemos “libremente”, porque el discurso de la libertad ha sido apropiado por la lógica de la producción: si puedes, debes.

La segunda teoría que exploramos es la de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, que complementa esta idea al mostrar cómo el mundo actual se ha vuelto tan cambiante y fugaz que las estructuras que antes nos daban seguridad —la familia, el trabajo, la religión, incluso el amor— se han disuelto. Es decir, todo es inestable y lo mismo sucede con la educación: ya no hay tiempo para construir aprendizajes profundos, porque el conocimiento también se ha vuelto líquido, fragmentado y utilitario. Hay que aprender rápido, adaptarse, actualizarse, y estar siempre listo para el siguiente cambio. Pero, ¿cómo se puede formar un proyecto de vida sólido en medio de tanta incertidumbre?

Cuando leí por primera vez a Zygmunt Bauman y su idea de la modernidad líquida, no pude evitar imaginar un vaso de agua derramándose sobre una mesa. El agua se escurría por los bordes, sin forma definida ni contención. Esa imagen me recordó cómo me sentí al empezar la universidad, enfrentándome a planes y expectativas que parecían desbordarse sin rumbo fijo, con un futuro incierto y sin anclajes claros. Luego llegó Byung-Chul Han con su sociedad del cansancio y esa imagen cambió: ya no era agua, sino vapor. Invisible, disperso, agotado.

Ambos autores describen un mundo en el que es cada vez más difícil sostenerse, pero lo hacen desde perspectivas distintas. Bauman analiza la transformación de las estructuras sociales en la modernidad tardía: lo que antes era sólido, predecible y duradero —el empleo, el matrimonio, la identidad, la comunidad— ahora es inestable, flexible y efímero. Esta fluidez afecta profundamente nuestras relaciones personales, nuestra percepción del tiempo y hasta nuestra identidad. En la “modernidad líquida”, nada permanece; todo se transforma demasiado rápido, generando una sensación constante de inestabilidad e inseguridad. La libertad del sujeto moderno se convierte en su condena: está liberado de los vínculos tradicionales, pero también desprotegido, solo y obligado a reinventarse continuamente.

Es fácil ver esto en nuestro día a día. Las redes sociales, por ejemplo, fomentan una identidad líquida, cambiante, donde ya no somos un “yo” definido, sino varios “yoes”. Nos adaptamos según el entorno digital, lo que se espera de nosotros o lo que proyectamos. Cambiamos de trabajo con frecuencia, no por ambición, sino porque la precariedad laboral no permite una trayectoria lineal. Cambiamos de ciudad, de pareja, de hábitos e incluso de valores, como si estuviéramos permanentemente en una sala de espera hacia una versión mejorada de nosotros mismos.

Aquí es donde ambas teorías se conectan de forma profunda: la modernidad líquida de Bauman crea un escenario donde todo cambia demasiado rápido como para construir algo estable, y la sociedad del rendimiento de Han convierte ese caos en una competencia constante donde la única estrategia de supervivencia parece ser hacer más. No hay refugio ni tregua alguna. Como sucede en la película Her (2013), podemos llegar a establecer relaciones profundas incluso con inteligencias artificiales, no porque la tecnología nos enriquezca, sino por una razón más triste todavía: las relaciones humanas se han vuelto demasiado frágiles, demasiado demandantes y demasiado líquidas. Buscamos refugiarnos y en cuanto encontramos el más mínimo sentimiento de comodidad y seguridad, nos aferramos a él con fuerza. Pero el desenlace, por desgracia, siempre acaba igual y las cosas no duran para siempre.

Por otra parte, en la película animada de Soul (2020), se muestra cómo la búsqueda obsesiva de un propósito "perfecto" o de un destino que se alinee con las expectativas que la sociedad establece para definir el "éxito", puede convertirse en una carga más que en una motivación, reduciendo la vida a una misión que justifique nuestra existencia. Según Byung-Chul Han, este deseo de un sentido absoluto genera un agotamiento constante, porque exige estar siempre enfocado, determinado y proyectado hacia un futuro idealizado que nunca llega, que parece escaparse siempre, lo que provoca una presión interminable y un desgaste emocional muy dañino. La preocupación de encontrar un propósito puede volverse una fuente de estrés y ansiedad, lo que nos aleja de vivir el presente con tranquilidad y plenitud.

Finalmente, por hacer una última analogía, en Joker (2019) la risa constante del protagonista a lo largo de toda la película, lejos de expresar felicidad, se transforma en un símbolo poderoso de la desesperación silenciosa que muchas personas esconden tras una fachada de normalidad. Esta risa revela una angustia profunda y una tristeza oculta que pocos reconocen, y pocos de atreven a mostrar a los demás, porque aceptar esa realidad implicaría admitir que el sistema social actual falla para la mayoría. La película ilustra cómo, detrás de las apariencias, muchas personas luchan con un malestar interno que se disfraza para no confrontar el fracaso estructural y la exclusión que están condenados a sufrir a diario. 

Lo más inquietante es que este modelo no se limita al trabajo, la educación o las relaciones: penetra todos los aspectos de la vida. Ya no descansamos realmente, no solo porque no tenemos tiempo, sino porque hemos olvidado cómo hacerlo. Los ratos de ocio están tan mediatizados por la necesidad de capitalizar cada segundo que incluso el arte, la lectura o la contemplación se vuelven medios para “ser mejores”, más cultos, más interesantes... más válidos.

En resumen, tanto Bauman como Han hablan del malestar de nuestra época: un malestar líquido, difuso, que se infiltra en todos los rincones de nuestra experiencia. Bauman nos muestra cómo hemos perdido los anclajes, y Han cómo ese vacío nos empuja a exigirnos sin límites. Lo más difícil de todo es reconocer que tienen razón y nos vemos reflejados en sus palabras porque, de alguna forma, lo estamos viviendo.

Ahora bien, ¿qué hacemos con este diagnóstico? Ambos autores pecan de cierta falta de esperanza y no ofrecen salidas claras. Quizás no existan soluciones inmediatas ni cambios estructurales inmediatos que transformen esta realidad de golpe, pero sí creo que podemos encontrar pequeñas resistencias cotidianas: espacios de pausa que no tengan que ser “útiles”, tiempos para simplemente estar, sin obligaciones ni objetivos; un arte que se disfrute por sí mismo, sin buscar más allá; silencios sin culpa y conversaciones que no busquen una meta concreta. En esas pequeñas pausas está la posibilidad de resistir, de encontrar un respiro en medio de todo este cansancio.

Ambas teorías me dejaron con una sensación rara: entre identificación y tristeza. Pero también despertaron algo en mí: la necesidad de seguir preguntándome por qué el sistema educativo a veces se siente tan desconectado de lo que somos y necesitamos. Fue así como, casi por accidente, llegué a una tercera teoría que me atrapó: la cultura del consumo, de Jean Baudrillard, que también aborda cómo las dinámicas sociales actuales nos condicionan y moldean pero esta vez desde una lógica diferente, muy ligada a los deseos y las imágenes que consumimos.

Por lo tanto, me hace ilusión anunciar que en mi próxima entrada me gustaría explorar esta idea con más profundidad: la cultura del cansancio de Jean Baudrillard, entendida no solo como síntoma, sino como una forma de vida. ¿Qué implica que hayamos interiorizado el agotamiento como normalidad? ¿Qué consecuencias tiene para nuestra salud mental, nuestras relaciones y nuestra forma de crear? ¿Cómo se puede habitar este mundo sin dejarse arrastrar del todo?

Por ahora, solo tengo una certeza: resistir también es descansar, y el descanso, en este contexto, no es una debilidad. Es una forma de rebeldía.

Bibliografía:

    Elizondo, C. (2021). Ámbitos para el aprendizaje: una propuesta interdisciplinar. Octaedro Editorial.

    Jonze, S. (Director). (2013). Her [Película]. Warner Bros. Pictures.

    Docter, P., & Kemp, K. (Directores). (2020). Soul [Película]. Pixar Animation Studios; Walt Disney Pictures.

    Phillips, T. (Director). (2019). Joker [Película]. Warner Bros. Pictures.

Comentarios

  1. Me encanta Jimena!! Muchísimas gracias por compartirlo!

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    1. Muchas gracias guapa!! Yo solo sigo tu ejemplo jejeje :P

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